....La princesa anhelaba que el joven mozo explorara sus partes más íntimas, que introdujera su lengua en esa oscura cueva llena de placer, pero él la hacía sufrir, si bien es cierto, que el placer no se encontraba ausente en ninguno de los dos, en uno de ellos estaba mucho más controlado ese apetito que en el otro, de cualquier manera, el otro no iba a desperdiciar esta inverosímil oportunidad, el joven tocaba cada rincón de en ella, mientras que a la princesa le parecía que las cosas iban demasiado lentas, y pareciese importarle más satisfacer completamente al mozo, mucho más importante que a ella misma, incluso la mayoría de las veces que gesticulaba sobreactuaba con el fin de excitar más al jovencillo. La astuta princesa dirigía especial atención en el pene del joven, éste era cada vez más grande y rígido. Justo cuando el órgano viril del joven se encontró completamente erecto comenzó a rozarle entre los muslos a la princesa en su desesperado intento por lograr introducirlo en ella. En el preciso momento que el joven logró penetrar a la princesa comenzó a ocurrirle una tenue pero siniestra metamorfosis, en su interior comenzaba a despertarse lentamente un apetito voraz, sus sensuales ojos habían transmutado perversamente, sus blanquísimos y pequeños colmillos hacían lo mismo, sin embargo, al mozo pareciera que esto no le interesaba, a él le ahogaba poco a poco una satisfactoria sensación pre orgásmica. El joven comenzó a temblar de placer.
Nuestro inocente mozo gozaba como nunca antes, todo esto era realmente más placentero que todo aquello que había experimentado de corte erótico en su corta vida, inclusive, mucho mejor que admirar a todas aquellas jovencitas encargadas de los menesteres domésticos mientras se desvestían o vestían sus escuetos atuendos. Dejó a un lado esa zonza comparación, dándose nuevamente cuenta del lugar que ocupaba en ese preciso momento, él era uno de los protagonistas de un delicioso vaivén enérgico.
El joven mozo, aunque no fuera un príncipe, y ni siquiera en sus sueños ascendía a serlo, contaba con características físicas que no resultaban nada despreciables para ninguna mujer, sin embargo, a la callada princesa eso no le parecía interesar del todo, además no lucía de la misma manera que lucía el jovenzuelo en el acto, él se mantenía en pleno éxtasis, ella sólo se limitaba a continuar satisfaciéndole todas sus novatas fantasías.
La esférica luna iluminaba a través de las escasas nubes la actividad de estos dos, el mozo se encontraba envuelto en su desbordado éxtasis, apenas y recuperaba un poco la
conciencia por algunos segundos, y cuando eso pasaba, sólo lograba germinar de su cabecilla la idea de que todo lo que él estaba experimentando por vez primera, se trataba del mismísimo Jardín del Edén, no le cabía ninguna duda de que esto era la gloria. Mientras, su concierto de vigorosos gemidos, iba convirtiéndose en un recital de débiles sollozos.
La princesa notaba con sus sensuales ojos que el joven mozo estaba por agotarse, así que comenzó a rozar con sus delgados dedos el cuerpo del mozo, pareciendo que lo hiciera en ciertas zonas estratégicas para que él no dejara de alimentar su propio incendio interno. Envueltos en el agua tibia, en aquel jardín exótico, estaba por terminar aquella ceremonia llena de erotismo y sensaciones increíbles que jamás pensó el jovencillo lograría experimentar. Poco a poco el joven salía del clímax del cual se encontraba, sin saber que muy pronto se encontraría en otro de éstos.
La bella princesa luxemburguesa había logrado uno de sus objetivos, saciar de caricias, de besos, cumpliéndole todas sus fantasías al joven mozo. Su segundo propósito por cumplir, y el principal, estaba a punto de iniciarlo.
Ahora se saciaría ella.
Finalmente el joven mozo apretó a sus, apenas maduros pero, fuertes brazos a la princesa, corriéndose dentro de ella, él la abrazaba con tanta ternura, totalmente agradecido por aquella placentera tormenta que le había dejado disfrutar, no obstante, ella lucía inconforme, ella aún estaba incompleta, necesitaba algo más. El joven mozo quedó recostado a la orilla de la bañera, completamente exhausto después de aquella osadía, para dar paso a una nueva, aún más execrable que la primera.
La princesa cobraría su favor, una vez que terminara de cumplirle al mozo el suyo. Éste sintió como la bella princesa iba deslizándose entre sus piernas poco a poco con movimientos felinos para lograr su principal objetivo, y mientras avanzaba lamía las marcadas piernas del mozo. Llegando al fin hasta aquel miembro que comenzaba nuevamente a prolongarse y endurecerse como un fuerte mástil, entonces comenzó a hacer movimientos con su lengua provocando que el jovencillo se retorciera de placer.
La cabeza del joven jamás había imaginado que se pudiese experimentar tanto gozo, y se encontraba a punto de estallarle… y la otra también. El corazón le bombeaba enérgicamente sin cesar, las arterias se encontraban más fluidas que nunca, la sangre se
encarrilaba a máxima velocidad por éstas, y todo esto ocurría mientras los finos labios de la princesa subían y bajaban apretando fuertemente el vigoroso pene completamente erecto, ya con las marcadas y ardientes venas. Los ojos de la princesa se encontraban vivísimos, a diferencia de los del mozo que pareciesen que poco a poco se desprendía el espíritu de su cuerpo. Y confundido por su inexperiencia, terminó decidiendo disfrutar esa extraña sensación de desprendimiento.
Finalmente la bella mujer terminó introduciéndolo todo en su boca. Al pasar unos pocos segundos comenzó a salir de la boca de la princesa hilillos de sangre, el mozo extasiado por todo no podía darse cuenta de ello, tampoco lo hizo del sutil cambio que antes habían padecido los colmillos de la princesa, ni de sus ojos intensamente siniestros. Ella continuaba succionando de aquella vena que segundos antes se encontraba marcadísima, a punto de explotar. Ahora era el joven quien se encontraba a merced de la princesa, así como ella lo había estado para él. Y aunque el mozo quisiera impedírselo no podría, estaba envuelto en esa extraña sensación fatal y orgásmica.
El joven mozo se encontraba tan turbado, y sus curtidas manos apretaban más o menos con fuerza la cabeza de la princesa, confundido si lo que debiese hacer era presionarla más hacia él, o desprenderla, todo era tan deliciosamente confuso.
La princesa no perdía tiempo, ella continuaba succionando todo aquello que salía del joven, lo cual, no eran solamente líquidos eyaculatorios...
El mozo comenzó a sentirse muy débil, además una extraña opresión en la cabeza le molestaba, sintiendo cómo poco a poco un agudo mareo se apoderaba de él, y que un fúnebre desmayo lo comenzaba a abrazar. De pronto, logró ver borrosamente el rostro de aquella hermosa mujer limpiándose con una de sus delgadas manos, un líquido obscuro de los finos labios que hace minutos él había devorado a besos… abordándolo a la vez una serie de palabras paulatinamente en su cabeza:
“Vampiresa… princesa… Luxemburgo… Vampiresa…”.
Después, con lo ultimo que le quedaba de fuerza entreabrió lo más que pudo sus ojos, sólo para lograr enfocar débilmente la silueta de aquella criatura que, ingenua e inocentemente, él creía celestial, ya que lo había llevado primero al mismísimo paraíso, para luego, regresarlo y, finalmente enviarlo allí para siempre.
Todo había terminado, ambos habían satisfecho plenamente sus oscuras necesidades.
La vampiresa se levantó, sintió la helada noche, miró el cuerpo de su inocente victima, tomó su bata y volvió a su categórico puesto de princesa, cerró su bata y comenzó a caminar delicadamente, acompañada de su única confidente, ambas tenían que retirarse antes de la llegada de los primero rayos del sol, tanto la hermosa vampiresa como aquella enorme luna llena, así que iniciaron su camino firmemente sin mirar atrás. Y mientras la Vampiresa de Luxemburgo caminaba, iba dejando por doquiera su sensual esencia para el próximo mozo que la desearía locamente.
Grisel Moreno (VAMPIRITA) / Edgar González (LACOLZ).
Diciembre de 2007.
Nuestro inocente mozo gozaba como nunca antes, todo esto era realmente más placentero que todo aquello que había experimentado de corte erótico en su corta vida, inclusive, mucho mejor que admirar a todas aquellas jovencitas encargadas de los menesteres domésticos mientras se desvestían o vestían sus escuetos atuendos. Dejó a un lado esa zonza comparación, dándose nuevamente cuenta del lugar que ocupaba en ese preciso momento, él era uno de los protagonistas de un delicioso vaivén enérgico.
El joven mozo, aunque no fuera un príncipe, y ni siquiera en sus sueños ascendía a serlo, contaba con características físicas que no resultaban nada despreciables para ninguna mujer, sin embargo, a la callada princesa eso no le parecía interesar del todo, además no lucía de la misma manera que lucía el jovenzuelo en el acto, él se mantenía en pleno éxtasis, ella sólo se limitaba a continuar satisfaciéndole todas sus novatas fantasías.
La esférica luna iluminaba a través de las escasas nubes la actividad de estos dos, el mozo se encontraba envuelto en su desbordado éxtasis, apenas y recuperaba un poco la
conciencia por algunos segundos, y cuando eso pasaba, sólo lograba germinar de su cabecilla la idea de que todo lo que él estaba experimentando por vez primera, se trataba del mismísimo Jardín del Edén, no le cabía ninguna duda de que esto era la gloria. Mientras, su concierto de vigorosos gemidos, iba convirtiéndose en un recital de débiles sollozos.
La princesa notaba con sus sensuales ojos que el joven mozo estaba por agotarse, así que comenzó a rozar con sus delgados dedos el cuerpo del mozo, pareciendo que lo hiciera en ciertas zonas estratégicas para que él no dejara de alimentar su propio incendio interno. Envueltos en el agua tibia, en aquel jardín exótico, estaba por terminar aquella ceremonia llena de erotismo y sensaciones increíbles que jamás pensó el jovencillo lograría experimentar. Poco a poco el joven salía del clímax del cual se encontraba, sin saber que muy pronto se encontraría en otro de éstos.
La bella princesa luxemburguesa había logrado uno de sus objetivos, saciar de caricias, de besos, cumpliéndole todas sus fantasías al joven mozo. Su segundo propósito por cumplir, y el principal, estaba a punto de iniciarlo.
Ahora se saciaría ella.
Finalmente el joven mozo apretó a sus, apenas maduros pero, fuertes brazos a la princesa, corriéndose dentro de ella, él la abrazaba con tanta ternura, totalmente agradecido por aquella placentera tormenta que le había dejado disfrutar, no obstante, ella lucía inconforme, ella aún estaba incompleta, necesitaba algo más. El joven mozo quedó recostado a la orilla de la bañera, completamente exhausto después de aquella osadía, para dar paso a una nueva, aún más execrable que la primera.
La princesa cobraría su favor, una vez que terminara de cumplirle al mozo el suyo. Éste sintió como la bella princesa iba deslizándose entre sus piernas poco a poco con movimientos felinos para lograr su principal objetivo, y mientras avanzaba lamía las marcadas piernas del mozo. Llegando al fin hasta aquel miembro que comenzaba nuevamente a prolongarse y endurecerse como un fuerte mástil, entonces comenzó a hacer movimientos con su lengua provocando que el jovencillo se retorciera de placer.
La cabeza del joven jamás había imaginado que se pudiese experimentar tanto gozo, y se encontraba a punto de estallarle… y la otra también. El corazón le bombeaba enérgicamente sin cesar, las arterias se encontraban más fluidas que nunca, la sangre se
encarrilaba a máxima velocidad por éstas, y todo esto ocurría mientras los finos labios de la princesa subían y bajaban apretando fuertemente el vigoroso pene completamente erecto, ya con las marcadas y ardientes venas. Los ojos de la princesa se encontraban vivísimos, a diferencia de los del mozo que pareciesen que poco a poco se desprendía el espíritu de su cuerpo. Y confundido por su inexperiencia, terminó decidiendo disfrutar esa extraña sensación de desprendimiento.
Finalmente la bella mujer terminó introduciéndolo todo en su boca. Al pasar unos pocos segundos comenzó a salir de la boca de la princesa hilillos de sangre, el mozo extasiado por todo no podía darse cuenta de ello, tampoco lo hizo del sutil cambio que antes habían padecido los colmillos de la princesa, ni de sus ojos intensamente siniestros. Ella continuaba succionando de aquella vena que segundos antes se encontraba marcadísima, a punto de explotar. Ahora era el joven quien se encontraba a merced de la princesa, así como ella lo había estado para él. Y aunque el mozo quisiera impedírselo no podría, estaba envuelto en esa extraña sensación fatal y orgásmica.
El joven mozo se encontraba tan turbado, y sus curtidas manos apretaban más o menos con fuerza la cabeza de la princesa, confundido si lo que debiese hacer era presionarla más hacia él, o desprenderla, todo era tan deliciosamente confuso.
La princesa no perdía tiempo, ella continuaba succionando todo aquello que salía del joven, lo cual, no eran solamente líquidos eyaculatorios...
El mozo comenzó a sentirse muy débil, además una extraña opresión en la cabeza le molestaba, sintiendo cómo poco a poco un agudo mareo se apoderaba de él, y que un fúnebre desmayo lo comenzaba a abrazar. De pronto, logró ver borrosamente el rostro de aquella hermosa mujer limpiándose con una de sus delgadas manos, un líquido obscuro de los finos labios que hace minutos él había devorado a besos… abordándolo a la vez una serie de palabras paulatinamente en su cabeza:
“Vampiresa… princesa… Luxemburgo… Vampiresa…”.
Después, con lo ultimo que le quedaba de fuerza entreabrió lo más que pudo sus ojos, sólo para lograr enfocar débilmente la silueta de aquella criatura que, ingenua e inocentemente, él creía celestial, ya que lo había llevado primero al mismísimo paraíso, para luego, regresarlo y, finalmente enviarlo allí para siempre.
Todo había terminado, ambos habían satisfecho plenamente sus oscuras necesidades.
La vampiresa se levantó, sintió la helada noche, miró el cuerpo de su inocente victima, tomó su bata y volvió a su categórico puesto de princesa, cerró su bata y comenzó a caminar delicadamente, acompañada de su única confidente, ambas tenían que retirarse antes de la llegada de los primero rayos del sol, tanto la hermosa vampiresa como aquella enorme luna llena, así que iniciaron su camino firmemente sin mirar atrás. Y mientras la Vampiresa de Luxemburgo caminaba, iba dejando por doquiera su sensual esencia para el próximo mozo que la desearía locamente.
Grisel Moreno (VAMPIRITA) / Edgar González (LACOLZ).
Diciembre de 2007.
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