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viernes, 11 de junio de 2010

Oscuras intenciones




En un antiguo y alejado castillo luxemburgués, situado al oeste del séptimo país más pequeño de la antigua Europa, vivía una extraña y solitaria princesa de una esplendida belleza, sus rasgos faciales eran exquisitamente sensuales, su larga cabellera era intensamente negra, la cuál ayudaba a sobresaltar la blanquísima piel de todo su delicado cuerpo, y algunos pocos criados aseguraban percibir en el aire un cautivador aroma una vez que la princesa pasaba caminando callada y elegantemente por los pasillos. La bella princesa era quien se encontraba al mando de aquel vetusto castillo, en el cuál sólo vivían la cautivadora princesa y la servidumbre. Allí se encontraba entre los criados un joven mozo, de cara afilada y hermosos labios, a éste le atraía profundamente aquellas características de la taciturna princesa.
En ocasiones, a la princesa se le llamaba entre las conversaciones de algunos criados como: “La Vampiresa de Luxemburgo”. Al joven y apuesto mozo nunca le parecía importar el porqué era que la llamaban así, y de igual manera, desconocía también, como todos los demás, la verdadera edad de ella, inclusive se murmuraba que la verdadera edad de la princesa era desconocida, ya varias generaciones de criados habían pasado por aquellos oscuros pasillos del castillo y nunca nadie había logrado averiguar aquel morboso dato, y lo que resultaba misterioso, pero que nadie se atrevía a mencionar por temor a que los calificaran de chalados, era que a ella se le veía igual de joven, incluso más bella con el pasar de los años.
Sin embargo, para aquel inocente mozo, esa clase de cosas le resultaban completamente indiferentes, lo que en realidad le interesaba a éste eran aquellos sutiles movimientos que llevaba a cabo aquella bella princesa, como si estuviese flotando en el aire, sus delgados brazos, al igual que sus deliciosas piernas se notaban claramente en aquel elegante y entalladísimo vestido negro al recorrer los pasillos del castillo, esa clase de cosas eran las que realmente le interesaban al ingenuo mozo. Este mancebo se encontraba enganchado desde algunos meses con aquella delicada silueta y aquellos pálidos pero finos rasgos faciales de la princesa.

La misteriosa princesa de larga cabellera negra solía tomar un baño de agua caliente todas las noches bajo la luz de la luna. El mozo supo de esto, por lo tanto, se las arregló para poder observarla desde un árbol más o menos corpulento, cada vez que la princesa salía por las noches puntualmente a tomar su baño, él hacía lo mismo.
Éste se deleitaba apasionadamente al ver aquel ritual, en el cual la princesa comenzaba a desnudarse poco a poco, siempre los mismos y delicados movimientos, en el mismo lugar, tanto ella como él. El joven mozo no perdía dato alguno y fascinado ante el hermoso y escultural cuerpo de la princesa, comenzaba a observarla enajenadamente cómo se lo enjuagaba aquella bella criatura, una y otra vez, todas las noches, bajo la penetrante luz de la luna.
Cada noche era lo mismo, él se escondía y comenzaba a observarla y a desearla intensamente, fantaseando con poder acariciar aquel sublime cuerpo humedecido, con poder pasar sus manos por la espalda, con tocar su firme trasero, y poder tomarla en la orilla de la bañera. En fin, aquel jovencillo despertaba toda su imaginación, anhelando tantas cosas.
En ocasiones, cuando menos ambicioso se encontraba éste se conformaba con tan sólo estar junto a ella y ayudarla en lo que ella le pidiese, pero esos momentos se manifestaban pocas veces, ya que rápidamente una violenta exaltación interna se desataba en él al observar a la hermosa princesa, a aquella princesa de nívea piel. Otras veces el inmaculado mozo solía percibir la sensación de que la radiante princesa se daba cuenta de que éste se encontraba escondido devorándola con su mirada.
Un maldito día el joven mozo terminó profundamente hipnotizado por aquellos delicados movimientos de la bella fémina, así que, lenta y temblorosamente comenzó a caminar hacia ella, guiado únicamente por aquel deseo bestial que había logrado liberarse completamente en él, cuando el joven mozo se encontraba justo detrás de ella, la princesa giró disimulando inútilmente un poco de sorpresa, había logrado el primero de sus sombríos objetivos, atraer a ese inocente y apuesto joven. Ella se encontraba completamente desnuda y sin la menor de las intenciones de cubrirse, el joven mozo comprendió que aquellas corazonadas que él había tenido eran ciertas, ella sabía que por algunos cuantos días él la observaba cada noche bañándose. Y para exterminar toda duda, sólo bastó que la hermosa princesa le mirara a los ojos, éstos le comunicaron enloquecidamente que se uniera con ella… a ella.
--Yo, si… yo, si usted gusta… yo…-- chillaba el adolescente mientras daba pequeños y torpes pasos hacia la princesa, que le respondió únicamente con una sutil y ambigua sonrisa en su rostro, proyectando algo tan siniestro, y a la vez, el máximo grado de inocencia.
Cuando el joven mozo al fin estuvo dentro del agua, ella comenzó a desvestirlo poco a poco, la encantadora princesa lo había despojado de lo que era un mal intento de camisa, mientras notaba como comenzaba a abultársele en la entre pierna dentro del pantalón. El corazón del joven retumbaba con tanta intensidad, y con cada latido pareciera que fuese liberando completamente el libido que permanecía enclaustrado por tantos años. La apariencia del mozo dio un giro repentino, de aquel tímido, tembloroso e inocente, sufrió una metamorfosis a una bestia sedienta de satisfacer todos sus deseos… carnales.
Aquellas delgadas y frías manos de la princesa comenzaban a recorrer por todo el cuerpo del mozo, una vez que éste la había tomado entre sus brazos arrojándola salvajemente hacia una parte poca honda de la bañera, él la comenzó a besar con lujuria y deseo, el mozo quería poseerla totalmente, su temperatura iba en ascenso rápidamente, mientras que la princesa se mantenía con la misma temperatura corporal que caracteriza a los cuerpos que han liberado finalmente su espíritu del cascarón. Sin embargo, ella no había abandonado del todo aquél cascarón, aun vivía y, percibía como el apetecible joven se estremecía, entretanto ella actuaba como si fuese una jovencita pura e inocente ante la desencadenada pasión del mozo.
El exquisito cuerpo de la princesa se encontraba a merced del joven, no obstante, éste hacía notar al principio su inexperiencia, ya que no dejaba de besarla locamente, y nada más. Aún cuando aquella bella princesa le mostraba su completa disposición. El joven comenzó a recorrer con su calida lengua por el largo cuello de ella, bajando hasta situarse en los endurecidos pezones, para después comenzar a mordisquearlos con cierta mueca de incredulidad en su rostro por haber logrado llegar hasta ese sitio, y mejor aún, llevar a cabo todo aquello que su jovencilla mente había engendrado durante sus primeras experiencias de voyeurismo. Durante aquel meticuloso proceso de exploración que llevaba a cabo el joven, la bella princesa sólo se limitaba a rasgarle la piel con sus puntiagudas uñas. La infladísima luna llena era quien ocupaba ahora el lugar del vouyer. .............

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